viernes, 14 de febrero de 2020

III. La función del maestro de Dios


1. Si el paciente tiene que cambiar de mentalidad para poderse curar, ¿qué puede hacer el maestro de Dios? ¿Puede cambiar la mentalidad del paciente por él? Desde luego que no. Para aquellos que ya están dispuestos a cambiar de mentalidad, la función del maestro de Dios no es otra que la de regocijarse con ellos, pues se han convertido en maestros de Dios junto con él. No obstante, tiene una función más específica con aquellos que no entienden lo que es la curación. Estos pacientes no se dan cuenta de que ellos mismos han elegido la enfermedad. Por el contrario, creen que la enfermedad los eligió a ellos. No tienen tampoco una mentalidad abierta al respecto. El cuerpo les dice lo que tienen que hacer y ellos obedecen. No tienen idea de cuán demente es este concepto. Solo con que lo sospecharan, se curarían. Pero no sospechan nada. Para ellos la separación es absolutamente real.

2. Los maestros de Dios acuden a estos pacientes representando una alternativa que ellos habían olvidado. La simple presencia del maestro de Dios les sirve de recordatorio. Su manera de pensar reclama el derecho de cuestionar lo que el paciente ha aceptado como verdadero. En cuanto que mensajeros de Dios, los maestros de Dios son los símbolos de la salvación. Le piden al paciente que perdone al Hijo de Dios en su propio Nombre. Representan la Alternativa. Con la Palabra de Dios en sus mentes, vienen como una bendición, no para curar a los enfermos sino para recordarles que hay un remedio que Dios les ha dado ya. No son sus manos las que curan. No son sus voces las que pronuncian la Palabra de Dios, sino que sencillamente dan lo que se les ha dado. Exhortan dulcemente a sus hermanos a que se aparten de la muerte: “¡He aquí, Hijo de Dios, lo que la vida te puede ofrecer! ¿Preferirías la enfermedad en su lugar?”

3. Los maestros de Dios avanzados no toman en consideración ni por un instante las formas de enfermedad en las que sus hermanos creen. Hacerlo sería olvidar que todas ellas tienen el mismo propósito y que, por lo tanto, no son en modo alguno diferentes. Los maestros de Dios tratan de oír la Voz de Dios en ese hermano que se engaña a sí mismo hasta el punto de creer que el Hijo de Dios puede sufrir. Y le recuerdan que él no se hizo a sí mismo y que, por consiguiente, aún es tal como Dios lo creó. Los maestros de Dios reconocen que las ilusiones no tienen efectos.  La verdad que se encuentra en sus mentes se extiende hasta la verdad que se encuentra en las mentes de sus hermanos, y de este modo no refuerzan sus ilusiones.  De manera que éstas se llevan ante la verdad; la verdad no se lleva ante ellas.  Y de esta forma se disipan, no por medio de la voluntad de otro, sino por medio de la única Voluntad que existe en unión Consigo Misma.  Ésta es la función de los maestros de Dios: no ver voluntad alguna separada de la de ellos ni la suya separada de la de Dios.



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