1. Para un maestro de Dios avanzado esta pregunta es irrelevante. No
tiene un programa fijo, pues las lecciones cambian de día en día. Pero el
maestro de Dios está seguro de una sola cosa: las lecciones no cambian al azar.
Al darse cuenta de esto y entender que es verdad, el maestro descansa felizmente.
Se le dirá cuál ha de ser su papel hoy, mañana y siempre. Y aquellos que
compartan ese papel con él lo encontrarán, de manera que puedan aprender juntos
las lecciones de ese día. Nadie de quien él tenga necesidad estará ausente; no
se le enviará nadie que no tenga un objetivo de aprendizaje ya establecido y
que se pueda aprender ese mismo día. Para el maestro de Dios avanzado esta
pregunta es, por consiguiente, superflua. Ya fue planteada y contestada, y él
se mantiene en continuo contacto con la Respuesta. Ya está listo, y ve
desplegarse ante él— seguro y libre de obstáculos—el camino que tiene que
recorrer.
2. Pero ¿qué ocurre con aquellos que todavía no han alcanzado la
certeza que él posee? Ésos aún no están listos para una falta de estructura
así. ¿Qué es lo que tienen que hacer para aprender a entregar el día a Dios? Hay
algunas reglas generales a seguir, aunque cada cual debe usarlas a su manera
como mejor pueda. Las rutinas, como tales, son peligrosas porque se pueden convertir
fácilmente en dioses por derecho propio y amenazar los mismos objetivos para
las que fueron establecidas. Se puede decir, por lo tanto, que, en términos
generales, es mejor comenzar el día bien. Si se comenzó mal, no obstante,
siempre es posible volver a empezar. Con todo, es obviamente ventajoso
comenzarlo bien y de esta manera ahorrar tiempo.
3. En un principio, es aconsejable pensar en función del tiempo.
Aunque éste no es de ningún modo el criterio esencial, probablemente es el más
fácil de observar al principio. Inicialmente se hace hincapié en ahorrar
tiempo, que si bien sigue siendo importante a lo largo de todo el proceso de
aprendizaje, se recalcará cada vez menos. De entrada, podemos decir con
seguridad que el tiempo que se dedica a comenzar bien el día ciertamente ahorra
tiempo. ¿Cuánto tiempo debe emplearse en ello? Eso depende del mismo maestro de Dios, quien
no puede adjudicarse a sí mismo ese título hasta que haya completado el libro
de ejercicios, ya que estamos aprendiendo dentro del marco de este curso. Después
de haber finalizado las sesiones de práctica más estructuradas contenidas en el
libro de ejercicios, la necesidad individual será el factor determinante.
4. Este curso es siempre práctico. Es posible que el maestro de Dios
no se encuentre en una situación que sea propicia a pasar unos minutos en un
estado de quietud nada más despertarse. Si ése es el caso, que recuerde tan solo
que su elección es pasar un rato con Dios lo antes posible, y que lo haga. La cantidad
de tiempo que Le dedique no es lo más importante. Uno puede fácilmente pasarse
una hora sentado inmóvil con los ojos cerrados y no lograr nada. O bien puede,
con igual facilidad, dedicarle a Dios solo un instante, y en ese instante
unirse a Él completamente. Quizá la única generalización que puede hacerse al
respecto es la siguiente: dedica un rato lo antes posible después de
despertarte a estar en silencio, y continúa durante uno o dos minutos más
después de que haya comenzado a resultarte difícil. Probablemente descubrirás
que la dificultad disminuye y desaparece. En caso de no ser así, ése es el
momento de parar.
5. Por la noche se debe seguir el mismo procedimiento. Tal vez tu
período de sosiego deba ser temprano en la noche, si no te es posible hacerlo
inmediatamente antes de irte a dormir. No es aconsejable hacerlo acostado. Es
mejor estar sentado, en cualquier postura que prefieras. Habiendo completado el
libro de ejercicios, seguramente habrás llegado a algunas conclusiones al
respecto. Si te es posible, un momento apropiado para dedicárselo a Dios es justo
antes de irte a dormir. Esto pone a tu mente en un estado de reposo y te aparta
del miedo. Si te resulta más conveniente hacerlo más temprano, asegúrate al
menos de no olvidarte pasar un rato —aunque solo sea un momento—en el que
cierras los ojos y piensas en Dios.
6. Hay un pensamiento en particular que debe recordarse a lo largo del
día. Es un pensamiento de pura dicha; de paz, de liberación ilimitada,
ilimitada porque todas las cosas se liberan dentro de él. Crees que has
construido un lugar seguro para ti mismo. Crees que has forjado un poder que te
puede salvar de todas las cosas aterradoras que ves en sueños. Pero no es así.
Tu seguridad no reside ahí. A lo que renuncias es simplemente a la ilusión de
que puedes proteger tus ilusiones. Ése es tu temor y solo ése. ¡Qué insensatez
estar atemorizado por nada! ¡Por nada en absoluto! Tus defensas son
inservibles, pero tú no estás en peligro. No tienes ninguna necesidad de ellas.
Reconoce esto y desaparecerán. Y solo entonces aceptarás tu verdadera
protección.
7. ¡Cuán fácil y tranquilamente transcurre el tiempo para el maestro
de Dios que ha aceptado Su protección! Todo lo que antes hacía en nombre de su
propia seguridad ha dejado de interesarle, pues está a salvo y sabe que lo
está. Tiene un Guía que no le ha de fallar. No es necesario que haga
distinciones entre los problemas que percibe porque Aquel a Quien acude con
todos ellos reconoce que no hay grados de dificultad en su resolución. Está tan
a salvo en el presente como lo estaba antes de que su mente aceptase las
ilusiones y como lo estará cuando las haya abandonado. Su estado no cambia con
el momento o el lugar porque éstos son uno y lo mismo para Dios. En esto reside
su seguridad. No tiene necesidad de nada más.
8. Con todo, habrá tentaciones a lo largo del camino que al maestro de
Dios aún le queda por recorrer, y tendrá necesidad de recordarse a sí mismo
durante el transcurso del día que está protegido. ¿Cómo puede hacer eso,
especialmente en aquellos momentos en que su mente esté ocupada con cosas
externas? Lo único que puede hacer es intentarlo y su éxito dependerá de la
convicción que tenga de que va a triunfar. Deberá tener absoluta certeza de que
su éxito no procede de él, pero que se le dará en cualquier momento, lugar o
circunstancia que lo pida. Habrá ocasiones en que su certeza flaqueará y, en el
momento en que esto ocurra, el maestro de Dios volverá a tratar, como antes, de
depender únicamente de sí mismo. No olvides que eso es magia, y la magia es un
pobre substituto de la verdadera ayuda. No es lo suficientemente buena para el
maestro de Dios porque no es lo suficientemente buena para el Hijo de Dios.
9. Evitar la magia es evitar la tentación. Pues toda tentación no es
más que el intento de substituir la Voluntad de Dios por otra. Estos intentos
pueden parecer ciertamente aterradores, pero son simplemente patéticos. No
pueden tener efectos, ya sean buenos o malos, sanadores o destructivos,
tranquilizadores o terroríficos, gratificantes o que exijan sacrificio. Cuando
el maestro de Dios reconozca que la magia simplemente no es nada, habrá alcanzado
el estado más avanzado. Todas las lecciones intermedias no hacen sino
conducirle ahí y facilitar el que este objetivo esté más cerca de reconocerse. Pues
cualquier tipo de magia—sea cual sea su forma—es simplemente impotente. Su
impotencia explica por qué es tan fácil escaparse de ella. Es imposible que lo
que no tiene efectos pueda aterrorizar.
10. No hay nada que pueda substituir la Voluntad de Dios. Dicho
llanamente, a este hecho es al que el maestro de Dios dedica su día. Cualquier
otro substituto que acepte como real, tan solo puede engañarle. Mas está a
salvo de cualquier engaño si así lo decide. Quizá necesite recordar: “Dios está
conmigo. No puedo ser engañado”. Quizá prefiera usar otras palabras o una sola
o ninguna. En cualquier caso, debe abandonar toda tentación de aceptar la magia
como algo verdadero, y reconocer que no solo no es aterradora ni pecaminosa ni
peligrosa, sino que simplemente no es nada. Al estar arraigada en el sacrificio
y la separación—que no son más que dos aspectos de un mismo error—el maestro de
Dios elige simplemente renunciar a todo lo que realmente nunca tuvo. Y a cambio
de ese “sacrificio”, se le restaura el Cielo en su conciencia.
11. ¿No te gustaría hacer un intercambio así? El mundo lo haría
gustosamente si supiera que se puede. Los maestros de Dios son los que deben
enseñarle que sí se puede. Por lo tanto, su función es asegurarse de que ellos
mismos lo han aprendido. No hay otro riesgo durante el día, excepto el de poner
tu confianza en la magia, pues solo eso conduce al dolor. “No hay más voluntad
que la de Dios.” Sus maestros saben que esto es así y han aprendido que todo lo
demás es magia. Lo que mantiene viva la creencia en la magia es la ilusión
simplista de que la magia funciona. Los maestros de Dios deben aprender a
detectar las diversas formas de magia a lo largo de todo su entrenamiento, cada
día y cada hora, e incluso cada minuto y cada segundo, y a percibir el hecho de
que no tienen sentido. Cuando se las deja de temer, desaparecen. Y así se
vuelven a abrir las puertas del Cielo y su luz puede volver a irradiar sobre la
mente que se encuentra en paz.
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