1. Ésta es una pregunta crucial tanto para el maestro como para el
alumno. Si este asunto no se trata bien, el maestro de Dios se habrá hecho daño
a sí mismo y habrá también atacado a su alumno. Esto refuerza el miedo y hace
que la magia les parezca real a ambos. La manera de lidiar con la magia es, por
lo tanto, una de las lecciones fundamentales que el maestro de Dios tiene que
aprender cabalmente. Su responsabilidad principal al respecto es no atacarla. Si
un pensamiento mágico despierta hostilidad—de la clase que sea—el maestro de
Dios puede estar seguro de que está reforzando su propia creencia en el pecado
y de que se ha condenado a sí mismo. Puede estar seguro además de que les ha
abierto la puerta a la depresión, al miedo y al desastre. Que recuerde entonces
que no es esto lo que quiere enseñar porque no es esto lo que quiere aprender.
2. Existe, no obstante, la tentación de responder a la magia de tal
manera que la refuerza. Y esto no es siempre obvio. De hecho, puede estar
fácilmente oculto bajo un aparente deseo de ayudar. Este doble deseo es lo que
hace que la ayuda no sirva de gran cosa y que inevitablemente produzca
resultados indeseables. 5 Tampoco se debe olvidar que el resultado que se
produzca será el mismo para él que para el alumno. ¿Cuántas veces se ha
enfatizado y subrayado el hecho de que solo te das a ti mismo? ¿Y dónde podría
observarse esto con mayor claridad que en los tipos de ayuda que el maestro de
Dios presta a aquellos que necesitan su auxilio? En estas situaciones es donde más claramente
se le concede su propio regalo, pues él solo puede dar lo que ha elegido para
sí mismo. Y en ese regalo reside su juicio acerca del santo Hijo de Dios.
3. Lo más fácil es permitir que el error se corrija allí donde es más
evidente, y los errores se reconocen por sus resultados. Una lección que
verdaderamente se ha enseñado no puede conducir sino a la liberación del
maestro y del alumno que han compartido un mismo propósito. El ataque puede
producirse únicamente si han percibido objetivos separados. Y éste debe ser el
caso si el resultado es cualquier otra cosa que no sea dicha. El hecho de que
el maestro de Dios tenga una sola meta hace que el objetivo dividido del alumno
se enfoque en una sola dirección y que la llamada de ayuda se convierta en su
única petición. Ésta se contesta fácilmente con una sola respuesta, y esta
respuesta llegará sin lugar a dudas a la mente del maestro. Desde ahí irradiará
a la mente del alumno, haciéndola así una con la suya.
4. Tal vez sea útil recordar que nadie puede enfadarse con un hecho. Son
siempre las interpretaciones las que dan lugar a las emociones negativas,
aunque éstas parezcan estar justificadas por lo que aparentemente son los
hechos o por la intensidad del enfado suscitado. Éste puede adoptar la forma de
una ligera irritación, tal vez demasiado leve como para ser reconocida
claramente. O puede también manifestarse en forma de una ira desbordada
acompañada de pensamientos de violencia, imaginarios o aparentemente
perpetrados. Esto no importa. Estas reacciones son todas lo mismo. Ponen un
velo sobre la verdad, y esto no puede ser nunca una cuestión de grados. O bien
la verdad es evidente o bien no lo es. No puede ser reconocida solo a medias. El
que no es consciente de la verdad no puede sino estar contemplando ilusiones.
5. Reaccionar con ira ante cualquier pensamiento mágico que se haya
percibido es una de las causas básicas del temor. Examina lo que esta reacción
significa, y se hará evidente el lugar central que ocupa en el sistema de
pensamiento del mundo. Un pensamiento mágico, por su mera presencia, da por
sentado que existe una separación entre Dios y nosotros. Afirma, de la forma
más clara posible, que la mente que cree tener una voluntad separada y capaz de
oponerse a la Voluntad de Dios, cree también que puede triunfar en su empeño.
Que esto no es un hecho es obvio. Sin embargo, es igualmente obvio que se puede
creer que lo es. Y ahí es donde la culpa tiene su origen. Aquel que usurpa el
lugar de Dios y se lo queda para sí mismo tiene ahora un “enemigo” mortal. Y
ahora él mismo tiene que encargarse de su propia protección y construir un
escudo con que mantenerse a salvo de una furia que nunca ha de aplacarse y de
una venganza insaciable.
6. ¿Cómo se puede resolver esta injusta batalla? Su final es
inevitable, pues su desenlace no puede ser otro que la muerte. ¿Cómo, entonces,
puede uno confiar en sus propias defensas? Una vez más, pues, hay que recurrir
a la magia. Olvídate de la batalla. Acéptala como un hecho y luego olvídate de
ella. No recuerdes las ínfimas probabilidades que tienes de ganar. No recuerdes
la magnitud del “enemigo” ni pienses cuán débil eres en comparación con Él. Acepta
tu estado de separación, pero no recuerdes cómo se originó. Cree que has ganado
la batalla, pero no conserves el más mínimo recuerdo de Quién es realmente tu gran
“contrincante”. Al proyectar tu “olvido” sobre Él, te parecerá que Él se ha
olvidado también.
7. Mas ¿cuál va a ser ahora tu reacción ante todos los pensamientos
mágicos? No pueden sino volver a despertar tu culpabilidad durmiente, que has ocultado,
pero no abandonado. Cada uno le dice claramente a tu mente atemorizada: “Has
usurpado el lugar de Dios. No creas que Él se ha olvidado”. Aquí es donde más
vívidamente se ve reflejado el temor a Dios. Pues en ese pensamiento la
culpabilidad ha elevado la locura al trono de Dios Mismo. Y ahora ya no queda
ninguna esperanza, excepto la de matar. En eso estriba ahora la salvación. Un
padre iracundo persigue a su hijo culpable. ”Mata o te matarán, pues éstas son
las únicas alternativas que tienes. Más allá de ellas no hay ninguna otra, pues
lo que pasó es irreversible. La mancha de sangre no se puede quitar y todo el
que lleva esta mancha sobre sí está condenado a morir.”
8. A esta situación sin esperanzas Dios envía a Sus maestros, quienes
traen consigo la luz de la esperanza directamente desde Él. Hay una manera de
escapar que se puede aprender y enseñar, pero requiere paciencia y una gran
dosis de buena voluntad. Una vez que esto se ha alcanzado, la obvia simplicidad
de la lección resalta como una luz blanca y brillante contrapuesta a un
horizonte negro, pues eso es lo que es. Dado que la ira procede de una
interpretación y no de un hecho, nunca está justificada. Una vez que esto se
entiende, aunque solo sea en parte, el camino queda despejado. Ahora es posible
dar el siguiente paso. Por fin se puede hacer otra interpretación. Los
pensamientos mágicos no tienen que conducir necesariamente a la condenación,
pues no tienen realmente el poder de suscitar culpa. De modo que pueden pasarse
por alto, y así olvidarse en el verdadero sentido de la palabra.
9. La locura tan solo aparenta ser algo terrible. En realidad no tiene
poder para hacer nada. Al igual que la magia, que se convierte en su sierva, la
locura ni ataca ni protege. Verla y reconocer su sistema de pensamiento es ver
lo que no es nada. ¿Puede acaso lo que no es nada suscitar ira? Difícilmente. Recuerda,
maestro de Dios, que la ira reconoce una realidad que no existe. No obstante,
es un testigo fidedigno de que tú crees en ella como si se tratase de un hecho.
Y ahora no podrás escapar hasta que te des cuenta de que has estado
reaccionando a tus propias interpretaciones, las cuales habías proyectado sobre
el mundo externo. Permite que se te despoje de esa siniestra espada. La muerte no
existe. La espada tampoco. El temor a Dios carece de causa. Su Amor, en cambio,
es la Causa de todo lo que está más allá de todo temor y es, por lo tanto, por
siempre real y eternamente verdad.
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