1. Hasta que el maestro de Dios no haya dejado de confundir las
interpretaciones con los hechos y las ilusiones con la verdad, no podrá tener
lugar una corrección de naturaleza duradera, que es a la única a la que se le
puede llamar verdadera corrección. Si discute con su alumno acerca de un
pensamiento mágico, ataca dicho pensamiento, trata de probar que es erróneo o
demostrar su falsedad, solo estará dando testimonio de su realidad. Esto
conduce inevitablemente a la depresión, pues habrá “probado”, tanto a su alumno
como a sí mismo, que la tarea de ambos es escapar de lo que es real. Y esto es
de todo punto imposible. La realidad es inmutable. Los pensamientos mágicos no
son sino ilusiones. Pues, de no ser así, la salvación no sería más que el mismo
sueño irrealizable de siempre, solo que con una nueva fachada. El sueño de la
salvación, en cambio, tiene un nuevo contenido, y la diferencia entre ambos no
estriba solo en la forma.
2. La lección más importante que los maestros de Dios deben aprender
es cómo reaccionar sin ira ante los pensamientos mágicos. Solo de esta manera
pueden proclamar la verdad acerca de sí mismos. El Espíritu Santo puede
entonces hablar a través de ellos acerca de la realidad del Hijo de Dios, y recordarle al mundo lo que es la
impecabilidad: la única condición—inalterada e inalterable—de todo cuanto Dios
creó. El Espíritu Santo puede ahora proclamar la Palabra de Dios a oídos
atentos y llevar la visión de Cristo a ojos que ven. Ahora es libre de
enseñarles a todas las mentes lo que ellas en realidad son para que gustosamente
le sean devueltas a Él. Y ahora en Su visión y en la Palabra de Dios, la culpa
se perdona y se pasa por alto completamente.
3. La ira no hace más que proferir a gritos: “¡La culpa es real!” La
realidad queda obstruida cuando esta creencia demente reemplaza a la Palabra de
Dios. Ahora son los ojos del cuerpo los que “ven” y sus oídos los únicos que
pueden “oír” El limitado espacio que ocupa y su exiguo aliento se convierten en
el criterio con el que medir la realidad. Y la verdad se vuelve diminuta e
insignificante. La Corrección tiene una sola respuesta para todo esto y para el
mundo en el que se basa: Confundes tus interpretaciones con la verdad, y te
equivocas. Mas un error no es un pecado ni tus errores han derrocado a la
realidad de su trono. Dios reina para siempre, y solo Sus Leyes imperan sobre
ti y sobre el mundo. Su Amor sigue siendo lo único que existe. El miedo es una
ilusión, pues tú eres como Dios.
4. Para que el maestro de Dios pueda curar, es esencial, pues, que
permita que sus propios errores le sean corregidos. Si siente la más leve
irritación al responder a otro, que se dé cuenta de inmediato de que ha hecho
una interpretación falsa. Que se dirija entonces a su Eterno Guía interno y
deje que sea Él Quien juzgue cuál debe ser su respuesta. De este modo, el
maestro de Dios se cura y en su curación su alumno se cura con él. La única
responsabilidad del maestro de Dios es aceptar la Expiación para sí mismo. La
Expiación es sencillamente la corrección o anulación de los errores. Cuando se
haya alcanzado, el maestro de Dios se habrá convertido, por definición, en un
obrador de milagros. Sus pecados le habrán sido perdonados y él ya no se
condenará a sí mismo. ¿Cómo podría entonces condenar a otros? ¿Y habría alguien
al que su perdón no pudiese curar?
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N.T. La palabra “impecabilidad” se utiliza aquí con el significado de
“condición carente de pecado”.
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