1. La justicia es la corrección divina de la injusticia. La injusticia
es la base de todos los juicios del mundo. La justicia corrige las
interpretaciones a las que la injusticia da lugar y las cancela. Ni la justicia
ni la injusticia existen en el Cielo, donde el error es imposible y la idea de corrección
carece de sentido. En este mundo, sin embargo, el perdón depende de la
justicia, ya que todo ataque no puede sino ser injusto. La justicia es el
veredicto que el Espíritu Santo emite acerca del mundo. La justicia es
imposible excepto en Su juicio, pues nadie en el mundo es capaz de hacer
únicamente interpretaciones justas y dejar a un lado toda injusticia. Si el
Hijo de Dios fuese juzgado imparcialmente, no habría necesidad de salvación. El
pensamiento de separación hubiera sido eternamente inconcebible.
2. La justicia, al igual que su opuesto, es una interpretación. Sin
embargo, es la única interpretación que conduce a la verdad. Esto es así
porque, si bien la justicia no es de por sí verdadera, no hay nada en ella que
se oponga a la verdad. No hay un conflicto inherente entre la justicia y la
verdad: una no es sino el primer paso en dirección a la otra. El camino varía
considerablemente a medida que uno avanza. Sería imposible predecir de antemano
toda la magnificencia, la grandiosidad de los paisajes y los vastos panoramas
que han de salir a nuestro encuentro a lo largo del recorrido. Y aun éstos,
cuyo esplendor alcanza alturas indescriptibles según uno sigue adelante, no se
pueden comparar con lo que nos aguarda cuando el camino termine y el tiempo
finalice junto con él. Pero por alguna parte hay que comenzar. La justicia es
el comienzo.
3. Todos los conceptos que abrigas acerca de ti mismo y de tus
hermanos; todos tus temores acerca de situaciones futuras y toda preocupación
por el pasado tienen su origen en la injusticia. He aquí la lente que, al
ponerse ante los ojos del cuerpo, deforma la percepción y trae testigos de un
mundo distorsionado a la mente que la inventó y que en tanta estima la tiene. Así,
selectiva y arbitrariamente, es como se forja cada concepto del mundo. Los
“pecados” se perciben y se justifican mediante un cuidadoso método selectivo
del que está ausente toda idea de completitud. El perdón no tiene cabida en tal
esquema, pues no hay ni un solo “pecado” que no parezca sino ser eternamente
verdadero.
4. La salvación es la Justicia de Dios. La salvación reinstaura en tu
conciencia la completitud de todos los fragmentos que percibes como
desprendidos y separados. Y es esto lo que te permite superar el miedo a la
muerte. Pues los fragmentos separados no pueden sino deteriorarse y morir, pero
la Compleción es inmortal y por siempre semejante a su Creador, al ser una con
Él. El Juicio de Dios es Su Justicia. Sobre este Juicio —totalmente desprovisto
de condenación al ser una evaluación enteramente basada en el amor—has
proyectado tu injusticia, atribuyéndola a Dios la lente de percepción deformada
a través de la que miras tú. Ahora la lente es Suya y no tuya. Ahora tienes
miedo de Él, y no te das cuenta de que odias y temes a tu propio Ser como si de
tu enemigo se tratase.
5. Implora la Justicia de Dios y no confundas Su Misericordia con tu
demencia. La percepción puede dar forma a cualquier imagen que la mente desee
ver. Ten presente esto. Pues en esto estriba el que veas el Cielo o el
infierno, según elijas. La Justicia de Dios apunta hacia el Cielo precisamente
porque es totalmente imparcial. La Justicia de Dios acepta todas las pruebas
que se le presentan, sin omitir nada y sin considerar nada como algo separado y
ajeno a todo lo demás. La Justicia de Dios juzga desde este punto de vista y
solo desde él. Aquí todo ataque y toda condenación dejan de tener sentido y se
hacen insostenibles. La percepción descansa, la mente está quieta y la luz
retorna nuevamente. Ahora se restaura la visión. Lo que se había perdido ahora
se ha encontrado. La Paz de Dios desciende sobre el mundo y por fin podemos
ver. ¡Por fin podemos ver!
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