1. Estrictamente hablando, las palabras no desempeñan ningún papel en
el proceso de curación. El factor motivante es la oración o ruego. Recibes lo
que pides. Pero esto se refiere a la oración del corazón, no a las palabras que
usas al orar. A veces las palabras y la oración se contradicen entre sí; otras
veces coinciden. Eso no importa. Dios no entiende de palabras, pues fueron
hechas por mentes separadas para que las mantuvieran en la ilusión de la
separación. Las palabras pueden ser útiles, especialmente para el principiante,
ya que lo ayudan a concentrarse y a facilitar la exclusión o, al menos, el
control de los pensamientos superfluos. No olvidemos, no obstante, que las
palabras no son más que símbolos de símbolos. Por lo tanto, están doblemente
alejadas de la realidad.
2. En cuanto que símbolos, las palabras tienen connotaciones muy
específicas. Aun en el caso de las que parecen ser más abstractas, la imagen
que evocan en la mente tiende a ser muy concreta. A menos que una palabra
suscite en la mente una imagen concreta en relación con dicha palabra, ésta
tendrá muy poco o ningún significado práctico y, por lo tanto, no supondrá
ninguna ayuda en el proceso de curación. La oración del corazón no pide
realmente cosas concretas. Lo que pide es siempre alguna clase de experiencia,
y las cosas que específicamente pide son las portadoras de la experiencia
deseada en opinión del peticionario. Las palabras, por consiguiente, son
símbolos de las cosas que se piden, pero las cosas en sí no son sino la
representación de las experiencias que se anhelan.
3. La oración que pide cosas de este mundo dará lugar a experiencias
de este mundo. Si la oración del corazón pide eso, eso es lo que le será dado porque
eso es lo que recibirá. Es imposible, entonces, que en la percepción del que
pide, la oración del corazón no reciba respuesta. Si pide lo imposible, si
desea lo que no existe o si lo que busca en su corazón son ilusiones, eso es lo
que obtendrá. El poder de su decisión se lo ofrece tal como él lo pide. En esto
estriba el Cielo o el infierno. Al Hijo durmiente de Dios solo le queda este
poder. Pero eso es suficiente. Las palabras que emplea son irrelevantes. Solo
la Palabra de Dios tiene sentido, puesto que simboliza aquello que no corresponde
a ningún símbolo humano. Solo el Espíritu Santo comprende lo que esa Palabra
representa. Y eso, también, es suficiente.
4. ¿Debe el maestro de Dios, entonces, evitar el uso de las palabras
cuando enseña? ¡Por supuesto que no! Hay muchos a los que aún es necesario
acercarse por medio de las palabras, ya que todavía son incapaces de oír en
silencio. No obstante, el maestro de Dios debe aprender a utilizar las palabras
de otra manera. Poco a poco aprenderá a dejar que le sean inspiradas, a medida
que deje de decidir por su cuenta lo que tiene que decir. Este proceso no es
más que un caso especial de la lección del libro de ejercicios que reza: “Me
haré a un lado y dejaré que Él me muestre el camino”. El maestro de Dios acepta
las palabras que se le ofrecen y las expresa tal como las recibe. No controla
lo que dice. Simplemente escucha, oye y habla.
5. Uno de los mayores obstáculos con los que el maestro de Dios se
topa en esta fase de su aprendizaje, es su temor con respecto a la validez de
lo que oye. Y en efecto, lo que oye puede ser muy sorprendente. Puede que
también le parezca que no tiene nada que ver con el problema en cuestión tal
como él lo percibe, y puede incluso poner al maestro en una situación que a él
le puede parecer muy embarazosa. Todas estas cosas no son más que juicios sin
ningún valor. Son sus propios juicios, procedentes de una penosa percepción de
sí mismo que le convendría abandonar. No juzgues las palabras que te vengan a
la mente, sino que, por el contrario, transmítelas lleno de confianza. Son mucho
más sabias que las tuyas. Detrás de los símbolos que usan los maestros de Dios
se encuentra Su Palabra. Y Él Mismo infunde a las palabras que ellos emplean el
poder de Su Espíritu y las eleva de meros símbolos a la Llamada del Cielo en
sí.
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