1. La curación y la Expiación no están relacionadas: son lo mismo. No
hay grados de dificultad en los milagros porque no hay grados de Expiación. Éste
es el único concepto total que es posible en este mundo porque es la fuente de
una percepción completamente unificada. La idea de una Expiación parcial no
tiene sentido, del mismo modo como es imposible que haya ciertas áreas en el
Cielo reservadas para el infierno. Acepta la Expiación y te curarás. La Expiación
es la Palabra de Dios. Acepta Su Palabra y ya no quedará nada que pueda dar
lugar a la enfermedad. Acepta Su Palabra y todo milagro se habrá realizado.
Perdonar es curar. El maestro de Dios ha decidido que aceptar la Expiación para
sí mismo es su única función. ¿Qué puede haber, entonces, que él no pueda
curar? ¿Qué milagro se le podría negar?
2. El progreso del maestro de Dios puede ser lento o rápido,
dependiendo de si reconoce el estado de total inclusión de la Expiación o de
si, por algún tiempo, excluye de Ella ciertas áreas problemáticas. En algunos
casos se alcanza una súbita y total conciencia de cuán perfectamente aplicable
es la lección de la Expiación a todas las situaciones, mas esos casos son
relativamente raros. El maestro de Dios puede haber aceptado la función que
Dios le ha encomendado mucho antes de haber comprendido todo lo que esa
aceptación le comporta. Solo el final es seguro. En cualquier momento a lo largo
de su camino puede alcanzar el entendimiento necesario de lo que significa la
total inclusión. Si el camino le parece largo, que no se desanime. Ya ha decidido
qué rumbo quiere tomar. Eso fue lo único que se le pidió. Y habiendo cumplido
con lo requerido, ¿le negaría Dios lo demás?
3. Para que el maestro de Dios pueda progresar, necesita comprender
que perdonar es curar. La idea de que el cuerpo puede enfermar es uno de los
conceptos fundamentales del sistema de pensamiento del ego. Dicho sistema le
otorga autonomía al cuerpo, lo separa de la mente y mantiene intacta la idea
del ataque. Si el cuerpo pudiese realmente enfermar, la Expiación sería
imposible. Un cuerpo que pudiera ordenarle a la mente hacer lo que a él le
plazca podría sencillamente ocupar el lugar de Dios y probar que la salvación
es imposible. ¿Qué quedaría entonces que necesitase curación? Pues el cuerpo se
habría enseñoreado de la mente. ¿Cómo podría entonces devolvérsele la mente al
Espíritu Santo sin destruir el cuerpo? ¿Y quién iba a querer la salvación a ese
precio?
4. Ciertamente no parece que la enfermedad sea una decisión. Ni nadie
cree realmente que lo que quiere es estar enfermo. Tal vez pueda aceptar la
idea en teoría, pero rara vez la aplica de manera consistente a todas las
clases de enfermedad que percibe en sí mismo o en los demás. No es tampoco en
este nivel donde el maestro de Dios invoca el milagro de la curación. Él mira
más allá de la mente y del cuerpo, y ve únicamente la faz de Cristo
resplandeciendo ante él, corrigiendo todos los errores y sanando toda
percepción. La curación es el resultado del reconocimiento por parte del
maestro de Dios de quién es el que necesita ser curado. Este reconocimiento no
tiene un marco de referencia especial. Es verdad con respecto a todas las cosas
que Dios creó. En dicho reconocimiento se subsanan todas las ilusiones.
5. Cuando un maestro de Dios no puede curar es porque se ha olvidado
de Quién es. De esta forma, la enfermedad de otro pasa a ser suya. Al permitir
que esto suceda, se identifica con el ego de otro y, por consiguiente, confunde
a éste con un cuerpo. Al hacer eso, se niega a aceptar la Expiación para sí
mismo, y es imposible que pueda ofrecérsela a su hermano en el Nombre de
Cristo. De hecho, será incapaz de reconocer a su hermano en absoluto, pues su
Padre no creó cuerpos y, por lo tanto, solo estaría viendo en su hermano lo
irreal. Un error no puede corregir otro error, y una percepción distorsionada
no cura. Hazte a un lado, maestro de Dios. Te has equivocado. No señales el
camino, pues has perdido el rumbo. Dirígete de inmediato a tu Maestro y deja que
te cure.
6. La ofrenda de la Expiación es universal. Es aplicable por igual a
todo el mundo y en cualquier circunstancia. En Ella reside el poder de curar a
cualquier persona de cualquier clase de enfermedad. No creer esto es ser
injusto con Dios y, por ende, serle infiel. El que está enfermo se percibe a sí
mismo como separado de Dios. ¿Quieres verle tú además separado de ti? Tu tarea
es sanar la sensación de separación que le hizo enfermar. Tu función es
reconocer por él que lo que cree acerca de sí mismo no es verdad. Tu perdón
debe mostrarle eso. Curar es muy simple. La Expiación se recibe y se ofrece. Habiéndose
recibido, tiene que haberse aceptado. Es en el recibir, pues, donde yace la
curación. Todo lo demás se deriva de este único propósito.
7. ¿Quién podría limitar el Poder de Dios? ¿Quién, entonces, podría
determinar quién se puede curar y de qué enfermedad, y qué debe permanecer
excluido del poder de perdonar de Dios? Esto ciertamente sería una locura. La
función de los maestros de Dios no es imponer límites al Padre, ya que no es su
función juzgar a Su Hijo. Y juzgar al Hijo es limitar a su Padre. Ambas cosas
están igualmente desprovistas de sentido. Sin embargo, esto no se comprenderá
hasta que el maestro de Dios reconozca que juzgar y limitar no son sino el
mismo error. Con esto recibe la Expiación, pues deja de juzgar al Hijo de Dios
y lo acepta tal como el Padre lo creó. Ya no se encuentra separado de Dios,
determinando dónde se debe otorgar la curación y dónde debe negarse. Ahora
puede decir con Dios: “Éste es mi Hijo amado, que fue creado perfecto y que así
ha de permanecer eternamente”.
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