I. Confianza
1. He aquí la base sobre la que descansa su capacidad para llevar a
cabo su función. La percepción es el resultado de lo que se ha aprendido. De
hecho, la percepción es lo que se ha aprendido, ya que causa y efecto nunca se
encuentran separados. Los maestros de Dios tienen confianza en el mundo porque
han aprendido que no está regido por las leyes que el mundo inventó. Está
regido por un poder que se encuentra en ellos, pero que no es de ellos. Este
poder es el que mantiene todas las cosas a salvo. Mediante este poder los
maestros de Dios contemplan un mundo perdonado.
2. Una vez que hemos experimentado ese poder, es imposible volver a
confiar en nuestra insignificante fuerza propia. ¿Quién trataría de volar con
las minúsculas alas de un gorrión, cuando se le ha dado el formidable poder de
un águila? ¿Y quién pondría su fe en las miserables ofrendas del ego, cuando
los dones de Dios se encuentran desplegados ante él? ¿Qué induce a los maestros
de Dios a efectuar ese cambio?
A. El desarrollo de la confianza
3. En primer lugar, tienen que pasar por lo que podría calificarse
como “un período de des-hacimiento”. Ello no tiene por qué ser doloroso, aunque
normalmente lo es. Durante ese período parece como si nos estuvieran quitando
cosas, y raramente se comprende en un principio que estamos simplemente reconociendo
su falta de valor. ¿De qué otro modo se iba a poder percibir lo que no tiene
valor, a no ser que el perceptor esté en una posición desde la que no puede
sino ver las cosas de otra manera? Aún no ha llegado al punto en el que puede
efectuar el cambio interno totalmente. Por eso, a veces el plan requiere que se
efectúen cambios en lo que parecen ser las circunstancias externas. Estos cambios
son siempre beneficiosos. Una vez que el maestro de Dios ha aprendido esto,
pasa a la segunda fase.
4. Ahora el maestro de Dios tiene que pasar por “un período de selección”.
Este período es siempre bastante difícil, pues al haber aprendido que los
cambios que se producen en su vida son siempre beneficiosos, tiene entonces que
tomar todas sus decisiones sobre la base de si contribuyen a que el beneficio sea
mayor o si lo disminuyen. Descubrirá que muchas cosas, si no la gran mayoría de
las que antes valoraba, no hacen sino obstruir su capacidad para transferir lo
que ha aprendido a las nuevas situaciones que se le presentan. Puesto que ha
valorado lo que en verdad no tiene ningún valor, no generalizará la lección por
temor a lo que cree que pueda perder o deba sacrificar. Se necesita haber
aprendido mucho para poder llegar a entender que todas las cosas,
acontecimientos, encuentros y circunstancias son provechosos. Solo en la medida
en que son provechosos, deberá concedérseles algún grado de realidad en este
mundo de ilusiones. La palabra “valor” no puede aplicarse a nada más.
5. La tercera fase por la que el maestro de Dios tiene que pasar
podría llamarse “un período de renuncia”. Si se interpreta esto como una
renuncia a lo que es deseable, se generará un enorme conflicto. Son pocos los
maestros de Dios que se escapan completamente de esta zozobra. No tiene ningún
sentido, no obstante, separar lo que tiene valor de lo que no lo tiene, a menos
que se dé el paso que sigue naturalmente. Por lo tanto, el período de
transición tiende a ser un período en el que el maestro de Dios se siente
llamado a sacrificar sus propios intereses en aras de la verdad. Todavía no se
ha dado cuenta de cuán absolutamente imposible sería tal exigencia. Esto solo lo puede aprender a medida que, de
hecho, renuncia a lo que no tiene valor. Mediante esa renuncia, aprende que
donde esperaba aflicción, encuentra en su lugar una feliz despreocupación; donde
pensaba que se le pedía algo, se encuentra agraciado con un regalo.
6. Ahora llega “un período de asentamiento”. Es éste un período de
reposo, en el que el maestro de Dios descansa razonablemente en paz por un
tiempo. Ahora consolida su aprendizaje. Ahora comienza a ver el valor de transferir
lo que ha aprendido. El potencial de su aprendizaje es literalmente asombroso,
y el maestro de Dios ha llegado a un punto en su progreso desde el que puede
ver que en dicho aprendizaje radica su escape. ”Renuncia a lo que no quieres y
conserva lo que sí quieres.” ¡Qué simple es lo obvio! ¡Y qué fácil! El maestro
de Dios necesita este período de respiro. Todavía no ha llegado tan lejos como
cree. Mas cuando esté listo para seguir adelante, marcharán a su lado compañeros
poderosos. Ahora descansa por un rato y los convoca antes de proseguir. A
partir de ahí, ya no seguirá adelante solo.
7. La siguiente fase es ciertamente “un período de inestabilidad”. El
maestro de Dios debe entender ahora que en realidad no sabía distinguir entre
lo que tiene valor y lo que no lo tiene. Lo único que realmente ha aprendido
hasta ahora es que no desea lo que no tiene valor, pero sí lo que lo tiene. Su
propio proceso de selección, no obstante, no le sirvió para enseñarle la
diferencia. La idea de sacrificio, tan fundamental en su sistema de
pensamiento, imposibilitó el que pudiera discernir. Pensó que había aprendido a
estar dispuesto, pero ahora se da cuenta de que no sabe para qué sirve estar
dispuesto. Ahora tiene que alcanzar un estado que puede permanecer fuera de su
alcance por mucho, mucho tiempo. Tiene que aprender a dejar a un lado todo
juicio y a preguntarse en toda circunstancia qué es lo que realmente quiere. De
no ser porque cada uno de los pasos en esta dirección está tan fuertemente
reforzado, ¡cuán difícil sería darlos!
8. Finalmente llega “un período de logros” Ahora es cuando se
consolida su aprendizaje. Lo que antes se consideraban simples sombras, ahora
son ganancias substanciales, con las que puede contar en cualquier
“emergencia”, así como también en los períodos de calma. En efecto, el
resultado de esas ganancias no es otro que la tranquilidad: el fruto de un
aprendizaje honesto, de un pensamiento congruente y de una transferencia plena.
Ésta es la fase de la verdadera paz, pues aquí se refleja plenamente el estado
celestial. A partir de ahí, el camino al Cielo está libre y despejado y no
presenta ninguna dificultad. En realidad, ya está aquí. ¿Quién iba a querer ir
a ninguna otra parte, si ya goza de absoluta paz? ¿Y quién querría cambiar su
tranquilidad por algo más deseable? ¿Qué podría ser más deseable?
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