1. Los maestros de Dios no juzgan. Juzgar es ser deshonesto, pues es
asumir un papel que no te corresponde. Es imposible juzgar sin uno engañarse a
sí mismo. Juzgar implica que te has engañado con respecto a tus hermanos. ¿Cómo,
entonces, no te ibas a haber engañado con respecto a ti mismo? Juzgar implica
falta de confianza, y la confianza sigue siendo la piedra angular de todo el
sistema de pensamiento del maestro de Dios. Si la pierde, todo su aprendizaje
se malogra. Sin juicios todas las cosas son igualmente aceptables, pues, en tal
caso, ¿quién podría juzgar de una manera u otra? Sin juicios todos los hombres
son hermanos, pues, en tal caso, ¿podría haber alguno que fuese diferente? Juzgar
destruye la honestidad y quebranta la confianza. El maestro de Dios no puede
juzgar y al mismo tiempo esperar aprender.
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