1. Los maestros de Dios han aprendido a ser sencillos. No tienen
sueños que tengan que defender contra la verdad. No tratan de forjarse a sí
mismos. Su júbilo procede de saber Quién los creó. ¿Y es acaso necesario
defender lo que Dios creó? Nadie puede convertirse en un maestro de Dios
avanzado mientras no comprenda plenamente que las defensas no son más que
absurdos guardianes de ilusiones descabelladas. Cuanto más grotesco es el
sueño, más formidables y poderosas parecen ser sus defensas. Sin embargo,
cuando el maestro de Dios acepta finalmente mirar más allá de ellas, se da
cuenta de que allí no había nada. Al principio, permite que se le desengañe
lentamente, pero a medida que su confianza aumenta, aprende más rápido. Cuando
se abandonan las defensas no se experimenta peligro. Lo que se experimenta es
seguridad. Lo que se experimenta es paz. Lo que se experimenta es dicha. Lo que
se experimenta es Dios.
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